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sábado, 5 de octubre de 2013

De Ángeles I

Me detengo y pienso en lo sorprendente que es el hecho de ser mojado por las gotas, y me doy cuenta que es más sorprendente, si acaso, vislumbrar porque mojan...

Había sido un día algo ajetreado, la noche ya empezaba a cambiar el lienzo azul y blanco, por el de la infinita danza estelar —aunque no notaba mucho esos detalles aquellos días—, la vieja buseta se ofrecía arrulladora desde que abordé, y de nuevo sucumbí a ese desastroso hábito —que aún a veces disfruto— de quedarme dormido en el transporte público, con el agravante de estar muy cansado —así es más difícil despertar—. Y es que ya había pasado, pero en ocasiones y con esos pequeños detalles —que suelen hacer diferencia—, me repito, talvez por el deleite de la sorpresa, talvez por el desdén a los trazos impuestos, talvez seguramente por los dos motivos.
Todo iba como tenía que ir, y lo fue, iba muy cómodo, bastante dormido, hasta el conductor daba un toque de mecedora a la trajinada busetica. Cada vez que pienso en ello, me doy cuenta que habría despertado lejos de casa, más cansado y con un largo tramo por caminar, pero como escribí todo fue como tuvo que ser...
No fue unas calles antes o después, fue en el sitio exacto donde pasa la calle que lleva a la casa en la que vivía, justo ahí. La buena señora, —de unos setenta y tantos— de la que en ningún instante me percaté, me tocó suavemente el hombro derecho, desperté, ella estaba sentada a mi lado, la miré con desconcierto, pero me tranquilicé al escucharla hablar, con toda la dulzura posible me dijo:
"Ay que pena, que lo despertara, es que lo vi tan dormido, y pensé que de pronto se pasaba de donde vive"
Yo di las gracias sin más, dicho esto sonrió y se levantó para bajar de la buseta, yo, ya más despierto miré por la ventana, era justo la calle donde me bajo, así que bajé de prisa y de inmediato tras ella.
Estando ya abajo del vehículo y sin haber pasado más de 5 o 6 segundos, entendí que la noble mujer me había evitado varios incidentes con solo depertarme, giré rápido para buscarla y darle gracias, pero ya no estaba por ningún lado, ¡vaya sorpresa!. Atónito me dirigí a casa, pensando en aquella situación y con bastante asombro.
Días después mientras más le daba vueltas, más extrañado me sentía, ¿como era posible?, ¿y justo en ese instante, y en ese punto?, ¿como podía coincidir el hecho de que ella pensara que yo me pasaría de casa, y que realmente iba a pasarme?, no había una respuesta, no una que me convenciera, no en aquel momento.
Y pasados unos cuantos soles, y unas cuantas lunas, yo, reacio a las convenciones, he llegado a moldear mi respuesta: Un ángel, y una señal talvez. Sí.
Casualidad le pueden llamar algunos, o también un suceso común dentro del bien organizado universo, pero me quedo sin sonrojo alguno con lo que siento.
Alguien —ya hablaré de él, si se me permite— me enseñó muchísimo con una frase corta:
«Y recuerda... Lo importante es lo que se siente y no lo que se sabe»
Gracias, y hasta la próxima...

Nota: Ésta es la primera entrada de una serie, si te suena familiar algo, te ha sucedido, o quieres tratarlo, o solo opinar, me gustaría que me dejaras contarlo en el blog, no tengas miedo de comentar, halagar o insultar, o de escribir al correo que dejo, ésta no es la voz de una gota, sino la de todas las que quieran...

juanjah9@gmail.com


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